sábado, 24 de octubre de 2015

NO SON LAS CIRCUNSTANCIAS LAS QUE TIENEN QUE CAMBIAR...





No son las circunstancias las que tienen que cambiar para que haya una mejora: es la persona la que debe luchar para que cambien las circunstancias o para saber afrontarlas con sinceridad y valentía.

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         ¡Qué mala suerte la mía, no doy una a derechas! Quizás hayamos oído o repetido en más de una ocasión esta expresión. No siempre las cosas salen a nuestro gusto y todos tenemos la experiencia de haber pasado, o de estar pasando por situaciones difíciles.
          
         Si nuestro sistema inmunológico está bajo de defensas, cualquier enfermedad puede convertirse en una situación de riesgo. Igual ocurre en nuestro estado anímico. Si somos personas con poco espíritu, ante el más mínimo problema nos hundiremos. Y, –como sabemos por experiencia–, los problemas y las dificultades nos acompañan a lo largo de nuestra existencia, de modo que el hundimiento puede llegar a ser total.

         Si por el contrario tenemos la capacidad de reflexionar ante situaciones adversas –de ver los pros y los contras– y de afrontar con fortaleza los problemas que se nos presentan, no cabe duda de que habrá una mejora y se convertirán en retos personales. A veces los problemas no tienen solución, y un problema que no tiene solución no es un problema: es otra cosa.

         Y si tenemos un mínimo de sentido común y de humildad recurriremos a una persona de criterio que pueda aconsejar, teniendo claro que la decisión y la responsabilidad es siempre personal. Pero si una especie de tonta soberbia nos impide pedir ayuda, como si fuéramos poco menos que superhombres, al final nos vendrán bien estos versos de Bécquer:

 Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja. 

miércoles, 7 de octubre de 2015

SI NO CONOCEMOS LA NATURALEZA DEL HOMBRE, DIFÍCILMENTE ALCANZAREMOS LA FELICIDAD




Si no conocemos la naturaleza del hombre, difícilmente alcanzaremos la felicidad

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         Todo lo creado tiene las limitaciones propia de su naturaleza, que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua es la esencia y propiedad características de cada ser.

         Si manejamos un objeto cerámico, tendremos que tener en cuenta su fragilidad; de lo contrario, casi sin darnos cuenta le podemos dar un golpe y romperlo.

Hay leyes físicas que afectan a la materia: si yo tomo en mis manos una piedra y la suelto, es inevitable que por la fuerza de la gravedad acabe en el suelo. Hay leyes biológicas que afectan a los seres vivos: las plantas, por ejemplo, que abren sus pétalos a la luz del sol. Y hay leyes morales que solo afectan al hombre: si yo le robo la cartera a un semejante, estoy cometiendo una inmoralidad y le perjudico.

         Ni la materia ni los seres vivos tienen capacidad para incumplir las leyes propias de su naturaleza. Solo el hombre, que es libre, puede actuar en contra de la ley moral. Pero las consecuencias de esta decisión afectan no solamente al que comete la inmoralidad, sino a sus semejantes. El hecho de ser un mal padre de familia o un mal hijo repercute en quienes le rodean.

         Ni que decir tiene que estas leyes morales no atentan contra nuestra libertad ni contra nuestra razón: todo lo contrario, las potencian.

         En El Principito se relata la visita que hace al asteroide 325, habitado por un rey. Transcribo una de las conversaciones.

El principito estaba sorprendido. Aquel planeta era tan pequeño que no se explicaba sobre quién podría reinar aquel rey.
–Señor –le dijo–, perdóneme si le pregunto...
–Te ordeno que me preguntes –se apresuró a decir el rey.
–Señor. . . ¿sobre qué ejerce su poder?
–Sobre todo –contestó el rey con gran ingenuidad.
–¿Sobre todo?
El rey, con un gesto sencillo, señaló su planeta, los otros planetas y las estrellas.
–¿Sobre todo eso? –volvió a preguntar el principito.
–Sobre todo eso. . . –respondió el rey.
No era solo un monarca absoluto, era, además, un monarca universal.
–¿Y las estrellas le obedecen?
–¡Naturalmente! –le dijo el rey–. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.
Un poder semejante dejó maravillado al principito. Si él disfrutara de un poder de tal naturaleza, hubiese podido asistir en el mismo día, no a cuarenta y tres, sino a setenta y dos, a cien, o incluso a doscientas puestas de sol, sin tener necesidad de arrastrar su silla. Y como se sentía un poco triste al recordar su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:
–Me gustaría ver una puesta de sol... Déme ese gusto... Ordénele al sol que se ponga...
–Si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de quién sería la culpa, mía o de él?
–La culpa sería de usted –le dijo el principito con firmeza.
–Exactamente. Solo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar –continuó el rey. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables. 

         Creo que estas últimas líneas explican claramente que las leyes morales impresas por Dios en nuestra alma, nos ayudan a alcanzar la felicidad en nuestro planeta tierra.
         


domingo, 23 de agosto de 2015

EL HOMBRE HA SIDO CREADO PARA LA FELICIDAD





El hombre ha sido creado para la felicidad y cuando no la tiene busca el sucedáneo de placeres superficiales y pasajeros.

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         Todos tendemos a la felicidad, nadie quiere ser un desgraciado; es más, el que se quita la vida busca –equivocadamente– la felicidad huyendo del problema que le obsesiona.

         Ahora que estás leyendo, seguro que te encuentras sentado en una posición cómoda, y que procuras evitar todo lo que te moleste para hacer una lectura atenta y reflexiva.

         No cabe duda de que las situaciones idílicas solo se dan en nuestra imaginación. El hecho de saber que todo tiene un final, nos impide frecuentemente disfrutar del presente; todos hemos oído o repetido esta frase: "Qué poco dura lo bueno". Por lo tanto, uno puede llegar a la conclusión de que toda felicidad que se acaba no es verdadera felicidad, de ahí que solo la felicidad eterna –para siempre– llenaría el corazón del hombre.

Se cuenta que un niño pequeño se estaba comiendo un enorme pastel mientras lloraba. Un hombre que contemplaba la escena, le pregunta:
–Niño, ¿por qué lloras?
A lo que le respondió el pequeño:
–Porque se me acaba el pastel.
        
         Pero nos tenemos que conformar con esa felicidad pasajera; de hecho, cuando el hombre no es capaz de asumir esa situación, cae en la desesperanza, el pesimismo y la tristeza. Incluso llega a pensar que una vida –en la que los problemas están a la vuelta de la esquina– no merece ser vivida, y que la felicidad siempre está en la casa de enfrente.

Otra anécdota:

Un hombre de negocios observaba desde la ventanilla del avión a un agricultor que estaba inmerso en sus labores.
–Qué suerte tienen algunas personas: míralo, qué paz y tranquilidad se tiene que respirar ahí abajo, en medio del campo, sin agobios, sin que nadie te presione con el cumplimiento de objetivos, y sin tener que estar toda la semana de un sitio para otro. Qué envidia.
Al ruido de los motores del avión, el agricultor levantó la vista, y limpiándose el sudor de su frente dijo:
–Míralos cómo disfrutan. Quién fuera un hombre de empresa, todos los días de un sitio para otro, sin pasar calor; y seguro que todo va por cuenta de la empresa. Así cualquiera. Qué envidia.


miércoles, 22 de julio de 2015

LAS HERIDAS SE CIERRAN DESDE DENTRO HACIA FUERA.





Las heridas se cierran desde dentro hacia fuera. Ante cualquier problema, o vamos a la raíz o lo estaremos cerrando en falso. No obstante hay veces que no es fácil, y por prudencia hay que poner "paños calientes", pero sin olvidar dónde está realmente el problema.

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         Los que han tenido una fístula saben que las heridas se cierran de adentro hacia afuera. El proceso es molesto y doloroso, pues se introducen en el absceso unas gasas que impiden que las paredes de la herida entren en contacto y se cierre en falso.

         Todos tenemos experiencia. Cuántos problemas personales hemos dejado sin resolver bien: por cobardía, por miedo, por falta de criterio para afrontar su solución. Las consecuencias son palpables: intranquilidad, insegu­ri­dad, mala conciencia… y acabamos perdiendo la paz. Cre­ía­mos que el tiempo –que dicen que lo cura todo–, cerraría esa etapa de nuestra vida arrinco­nando el problema en el trastero de nuestra conciencia.

         Se trata, simplemente, de arrancar con valentía y decisión el egoísmo o el miedo que nos impiden llegar a la raíz.

         Cuando no se actúa así se puede acabar en los tribunales. Pero la ley carece de sentimientos, y solo tiene dos platillos, fríos e irreconciliables: cuando uno sube, el otro baja. Y lo peor es que esa balanza la pone en movimiento el hombre.

viernes, 26 de junio de 2015

LO IMPORTANTE DEL TRABAJO ES EL SERVICIO





Lo importante del trabajo es el servicio. Ser útil a los demás es lo que puede hacer que el trabajo –cualquier tipo de trabajo nos haga felices.

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         ¿Cuántos años llevas trabajando? Seguro que muchos, y seguro que aún te quedan unos cuantos años más. Y no te preocupes, que el trabajo –como servicio– terminará el día que nos muramos.

         No sé a qué te dedicas, pero te puedo asegurar que ese trabajo que realizas tiene una grandísima repercusión en tus semejantes.

         Ni que decir tiene que no siempre nuestro trabajo profesional cubre las expectativas, y que hay muchas circunstancias que podrían dar al traste con nuestros deseos de servicio. Pero superar estos obstáculos –como hay que superar todos los que conlleva la condición humana: la pereza, la desidia, la superficialidad, la chapuza y un largo etc.–, será lo que dignifique tantos años de labor profesional. Hay que tener en cuenta que tan importante es lo que hacemos –hoy y ahora– como lo que dejemos hecho cuando nos pidan la cuchara.

         Me viene a la cabeza esta anécdota:

El capitán de una compañía llama urgentemente al sargento y le da la siguiente orden:
–Se ha interceptado una emisión del enemigo y piensan atacarnos mañana a las nueve de la mañana. Por tanto, caven una trinchera de cincuenta metros de larga, un metro y medio de ancha y dos metros y medio de profundidad.
–¡A la orden, mi capitán!
El sargento se dirige rápidamente a la compañía y transmite la orden al cabo, que después de pensar unos segundos, le comenta al sargento:
–Mi sargento, ¿y por qué no atacamos nosotros y son ellos los que caven la trinchera?

         Qué alegría si a fin de mes apareciera en nuestra nómina, además del sueldo, las sonrisas y el agradecimiento de todas aquellas personas que han visto y palpado en nuestra labor profesional un servicio que de seguro no tiene precio.

         No quiero cerrar esta reflexión sin hacer mención a la única profesión que carece de un convenio laboral que regule su jornada, sus vacaciones e incluso su retribución económica. Me refiero –y creo que ya lo has intuido– al trabajo en el hogar. Gracias a nuestras madres y esposas las casas se convierten en hogares, y su trabajo en un servicio generoso.  

lunes, 15 de junio de 2015

NUESTRAS ACCIONES TIENEN QUE ESTAR LIMPIAS DE TODA VANIDAD




Nuestras acciones tienen que estar limpias de toda vanidad, de todo egoísmo, de todo amor propio, de todo apegamiento malo.

La sencillez y la naturalidad embellecen al ser humano.

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         No sé si te ocurre, pero tenemos un defecto muy común, que es el de hacer comparaciones. Estamos continuamente comparándonos con las personas que nos rodean: nuestro aspecto externo, nuestra inteligencia, nuestra forma de hacer las cosas, y un largo etc. Y construimos en nuestro interior imágenes que nos llevan a enjuiciar y a encasillar a nuestros semejantes. Aunque no pocas veces, cuando los tratamos de cerca, comprendemos que esas imágenes eran falsas.

         El ser humano es camaleónico: nuestro color no refleja limpiamente lo que sentimos ni nuestra verdadera personalidad. La astucia y la vanidad enmascaran los sentimientos y representamos la partitura que a nuestro interlocutor le gustaría escuchar.

         Pero no es raro que encontremos personas que nos caen bien desde un primer momento, pues actú­an con naturalidad. Si volvemos a acudir al Diccionario de la Real Academia de la Lengua leemos esta definición: Espontaneidad y sencillez en el trato y modo de proceder.

         Las personas sencillas tienen una característica que es la generosidad. Hacen las cosas con espíritu de servicio y sin esperar compensaciones. Son almas generosas.

         La vanidad es un defecto difícil de erradicar, pues todos en el fondo traemos ese ramalazo de fábrica. De modo que tendremos que estar pendientes de nuestras actuaciones y preguntarnos cuál es la auténtica motivación de lo que hacemos.

Cuentan que un día, al visitar Napoleón una biblioteca famosa, trató de coger un libro que estaba fuera de su alcance en un estante muy alto. El Mariscal Monrey, uno de los hombres más gigantescos de su época, acudió presuroso:
–Permítame ayudarle, majestad, yo soy más grande.
Indignado, Napoleón lo corrigió:
–Usted no es más grande, usted es más alto.

Y termino con un chiste:

–¿Sabes, cuál es el colmo de un vanidoso?

–Que su juego favorito sea el yo-yo.

sábado, 6 de junio de 2015

HAY PERSONAS MUY ELOCUENTES EN EL HABLAR Y MUY DECEPCIONANTES EN EL HACER





Hay personas muy elocuentes en el hablar y muy decepcionantes en el hacer. Con sus actuaciones tiran por tierra toda su elocuencia.

         Decía Esopo: «Las palabras que no van seguidas de hechos, no valen nada».

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         La condición humana trata de justificar con palabras lo que falta a nuestros hechos. El saber popular lo define con precisión: ­–Dime de qué presumes y te diré de qué careces.

         Todos tenemos tendencia a quedar bien, y cuando la lengua se dispara, nuestros palabras van más de prisa que nuestros actos. Es como coser sin hilo: damos muchas puntadas... y no hemos logrado unir nuestros dichos con nuestros hechos. O como dice también el refranero popular: «Muchas personas son como algunos relojes: indican una hora y tocan otra».

         Se dice que una persona es coherente cuando hay una relación o unión de lo que dice con lo que hace. La incoherencia queda muy gráficamente descrita en la siguiente aseveración: El que no actúa como piensa, acaba pensando como actúa. En el fondo es una falta de sinceridad que es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento.

sábado, 30 de mayo de 2015

A VECES NO NOS CONVIENE SABERLO TODO








A veces no nos conviene saberlo todo desde el primer momento. Es mejor irse enterando poco a poco de lo que es el sufrimiento.

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         Qué inquietud tendríamos durante nuestra vida si supiéramos cuándo nos van a "pedir la cuchara". Me viene a la memoria una historieta que resume esta realidad.

Un señor hace una llamada telefónica; al otro lado del auricular una voz le responde:
–Buenas tardes. ¿Qué desea?
–Buenas tardes. ¿Me podría decir si ha llegado D. Antonio Farfán?
–Un momento por favor… Pues mire, aún no ha llegado.
–¿Sabe si tardará mucho?
–Pues la verdad no sabría decirle, pero seguro que llegará.
–Perdone, ¿podría ser más concreto?
–Lo siento, pero no; sé que llegará, pero no cuándo.
–Perdone, ¿con quién hablo?
–Sí, cómo no. Soy el conserje del cementerio.

         Si se conociera –antes de jugarlo– el resultado de un partido, lo querría jugar sólo el equipo ganador, y los contrincantes no querrían participar sabiendo de antemano que van a perder.

         En nuestros días hay muchas personas que tratan de conocer el futuro recurriendo a astrólogos, videntes, echadores de cartas..., como si el futuro no se estuviera ya construyendo en el presente.

De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen muchas cosas grandes[1].

         Yo me imagino esta vida como un enorme laberinto en el que el hombre tiene que decidir su camino usando su libertad y su inteligencia, todas sus capacidades, pero sin olvidar cuál es su meta –salir del laberinto–, y sabiendo que todos los caminos se pueden desandar. 

         Me acuerdo de una historieta que tiene que ver con este tema:

Un buen hombre trataba de transportar en su burro una partida de melones que llevaba en la parte derecha de la angarilla desde su pequeño huerto a su casa. Con el traqueteo y el peso, la angarilla se iba desplazando y los melones se le caían al suelo. Entonces decidió colocarse debajo de la angarilla hasta que llegó a la puerta de su casa. La mujer, que estaba en la azotea, lo vio venir en tan extraña situación y le gritó:
–Pepe, qué bruto eres. ¿No se te ha ocurrido repartir los melones entre los dos cestos de la angarilla? Y el humillado marido le contesto:
–María…, qué bien se ven las cosas desde arriba.

         Nos gustaría entender el porqué de las cosas, pero casi siempre solo el tiempo y la experiencia nos hará comprender el para qué.




[1] San Josemaría Escrivá, Camino, 755.



lunes, 25 de mayo de 2015

EL EGOÍSMO ES COMO UN GAS QUE HACE IRRESPIRABLE CUALQUIER AMBIENTE.




















El egoísmo es como un gas que hace irrespirable cualquier am­biente.

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         Wenceslao Fernández Flores, en su libro El bosque animado, relata una hermosa historia que me impactó. Se titula "La fraga de Cecebre". Refleja de una forma clara y sencilla lo que quiero exponer en esta reflexión, y por este motivo la copio casi completa.

Una fraga –explica el autor– en la lengua gallega, significa bosque inculto, entregado a sí mismo, en el que se mezclan varias especies de árboles (...). Un día llegaron unos hombres a la fraga de Cecebre, abrieron un agujero, clavaron un poste y lo aseguraron apisonando guijarros y tierra a su alrededor. Subieron luego por él, prendiéndole varios hilos metálicos y se marcharon para continuar con el tendido de la línea.
Las plantas que había en torno del reciente huésped de la fraga permanecieron varios días cohibidos con su presencia, porque ya se ha dicho que su timidez es muy grande. Al fin, la que estaba más cerca de él, que era el pino alto, alto, recio y recto, dijo:
–Han plantado un nuevo árbol en la fraga.
Y la noticia se propagó por las hojas del eucalipto que rozaba al pino, y por las del castaño que rozaban al eucalipto (...). Los troncos más elevados miraban por encima de las copas de los demás, y cuando el viento separaba la fronda, los más apartados se asomaban para mirar.
–¿Cómo es? ¿Cómo es?
–Pues es –dijo el pino– de una especie muy rara. Tiene el tronco negro hasta más de una vara sobre la tierra, y después parece de un blanco grisáceo. Resulta muy elegante.
–Sus frutos –continuó el pino fijándose en sus aisladores– son blancos como la piedra de cuarzo y más lisos y brillantes que las hojas del acebo (...).   
Un día el pino le preguntó al poste:
–¿No quiere usted cantar con nosotros?
El poste no contestó.
–Seguramente –insistió el pino, inclinando su copa en cortesía– su voz es delicada y armoniosa, y a todos nos agradará que se una a las nuestras.
El poste silbó malhumorado:
–¿Y a qué viene eso? ¿Qué cantan ustedes?
–Imitamos a un tren remoto.
–¿Y para qué? ¿Son ustedes el tren?    
–No –reconoció el pino avergonzado.
–Entonces, ¿qué pretenden con esa mixtificación? Ya que ustedes me interpelan, les diré que no encuentro seria su conducta.
–¿Acaso la canción del mar?
–Ninguna de ellas. Este es un bosque sin formalidad.
¿Quién podría creer que árboles tan talludos pasasen el día cantando como ranas? Yo no canto nunca, susurro apenas. Si ustedes acercasen a mí sus oídos, escucharían el murmullo de una conversación, porque a través de mí pasan las conversaciones de los hombres. Eso sí que es maravilloso. Sepan que vivo consagrado a la ciencia y que yo mismo soy ciencia, y que todo lo que ustedes hacen a mí alrededor lo reputo como bagatela y sensiblería…
Aquel año los vendavales de invierno fueron prolongados y duros. Durante varios días seguidos los árboles no conocieron el reposo… A la tercera noche, un cedro no pudo más y se desplomó, roto. Las ramas de algunos compañeros próximos intentaron sostenerlo, pero estaban cansadas también y se quebraron y dejaron resbalar hasta el suelo al bello gigante, con un golpe que resonó más allá de la fraga… Únicamente el poste pareció alegrarse.
–Al fin se decidió a cumplir su destino –declaró. Ahora podrán hacerse de él hermosas puertas, que es para lo que ha nacido; no para esconder gorriones ni para tararear tonterías.
Pasado cierto tiempo, volvieron al lugar unos hombres muy semejantes a los que habían traído el poste; lo examinaron, lo golpearon con sus herramientas, comprobaron la fofez de la madera carcomida por larvas de insectos y lo derribaron. Tan minado estaba que al caer se rompió.
El bosque hallábase conmovido por aquel tremendo acontecimiento. La curiosidad era tan intensa que la savia corría con mayor prisa. Quizás ahora pudieran conocer, por los dibujos del leño, la especie a la que pertenecía aquel ser respetable, austero y caviloso.
–¡Mira e infórmanos! –rogaron los árboles al pino.
Y el pino miró.
–¿Qué tenía dentro?
Y el pino dijo:
–Polilla.
–¿Qué más?
Y el pino miró de nuevo:
–Polvo.
–¿Que más?
Y el pino anunció, dejando de mirar:
–Muerte. Ya estaba muerto. Siempre estuvo muerto.
Aquel día, el bosque decepcionado calló. Al día siguiente entonó la alegre canción en la que imita a la presa del molino. Los pájaros volvieron. Ningún árbol tornó a pensar en convertirse en silla o en trincheros. La fraga recuperó de golpe su alma ingenua, en la que toda la ciencia consiste en saber que cuanto se puede ver, hacer o pensar sobre la tierra, lo más prodigioso, lo más profundo, lo más grave es esto: vivir.

         El egoísta es salvando las distancias– como una mina antipersona: siente continuamente que todo el mundo le rodea; entrar en su ámbito personal supone un riesgo, y si uno tiene que tratar con él, hay que hacerlo con mucho sigilo y sutileza, pues siempre se puede dar por aludido y en cualquier momento estallará su amor propio.

Dos amigos hablaban de un conocido que te­nía un problema serio de salud. Uno de ellos terminó la conversación diciendo:
–La verdad es que no somos nadie.
 A lo que el otro respondió como un resorte:
–No lo serás tú, porque yo soy médico.

Otra característica del egoísta es su falta de interés por los demás; toda su preocupación gira en torno a su persona y sus asuntos. La soberbia y la soledad son irremediablemente sus compañeras de viaje.

Los pobrecitos soberbios sufren por mil pequeñas tonterías, que agiganta su amor propio, y que a los otros pasan inadvertidas[1].



[1] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Surco, 714.

sábado, 16 de mayo de 2015

CUÁNTO SE APRENDE, CÓMO MADURAMOS CON LOS PROBLEMAS Y DIFICULTADES. EL QUE SABE SUFRIR NO PIERDE LA CALMA.


Cuánto se aprende, cómo madura­mos con los problemas y dificultades. El que sabe sufrir no pierde la calma.

         El tiempo da la experiencia, el sufrimiento la maduración; la experiencia ayuda a tomar decisiones, la maduración a aceptar las consecuencias.

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         Al igual que el ejercicio físico desarrolla la masa muscular, las dificultades y los problemas ayudan a poner las cosas en su sitio y a darles la importancia que verdaderamente tienen.

         Cuando uno sale de una enfermedad grave en la que le ha visto las orejas al lobo, las cosas se ven desde otra perspectiva: en la vida hay tres o cuatro cosas importantes, y todo lo demás es superfluo y efímero.
         No podemos dejar pasar esas dificultades o cruces sin sacarles el máximo provecho, sabiendo ver la mano de Dios en todas y cada una de ellas. C. S. Lewis en su libro  El problema del dolor, explica que Dios se hace el encontradizo con el hombre:

Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo.

         Con referencia al tema de las que se suelen llamar coloquialmente cruces, me viene a la cabeza una historia que leí hace tiempo.

Un hombre se quejaba continuamente de su cruz. Un día se le apareció un ángel y le dio la posibilidad de cambiarla por otra. Lo llevó a una gran estancia donde había innumerables  cruces. Todo fue llegar y soltar su propia cruz, que tanto le pesaba y empezar a probar todas, una tras otra.
–Mira, ésta parece liviana pero… se me resbala y me duele.
–Ésta es ligera pero… tiene muchas aristas y se me clava en el hombro. 
Así pasó un buen rato, hasta que por fin le dijo al ángel que pacientemente le observaba:
–Vaya, ¡ésta, ésta es la mía!
El ángel sonriendo le dijo:
–Pero hombre... Si ésa es la misma que tú traí­as.

No te quepa la menor duda de que Dios no permite cruces que superen nuestras fuerzas. Las que realmente no podemos llevar son las que tontamente nos inventamos nosotros mismos.




miércoles, 13 de mayo de 2015

CUANDO SEAS CAPAZ DE CORREGIR SIN SENTIR LA OFENSA



Cuando uno sea capaz de corregir sin sentir la ofensa como algo personal sino como una ocasión para que la persona amada sea mejor, estaremos en el camino de la perfección. De nada sirve corregir solo porque nos hemos sentido ofendidos.

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         Diariamente observamos actuaciones en el ámbito familiar, social o profesional que son mejorables. A veces tenemos la obligación moral de corregir, bien por cercanía familiar, bien por necesidades de nuestro cargo, o sencillamente por amor a la persona que hace algo mal. En todas estas situaciones hay que actuar con auténtico amor. Y con prudencia, pues siempre hay que analizar las circunstancias que han podido dar lugar a esa actuación e intentar corregir el hecho en sí mismo, sin juzgar nunca las intenciones.

         Un problema puede estar provocado por muchas circunstancias, pero si lo convertimos en algo personal dificultamos su solución, pues solo veríamos mala intención, no el error o la ignorancia; y acabamos aborreciendo a la persona. Entonces, nos molestará todo lo que ella haga o diga, lo pondremos en duda y habrá problemas personales. Hay que tener la valentía de poner los medios para que se resuelva lo antes posible.

         Y un consejo: tenemos que aprovechar los errores de nuestros semejantes para educar –así sembramos paz– y no para fastidiar –así sembramos discordia–.


sábado, 2 de mayo de 2015

TENEMOS PRISA POR DISFRUTAR






Tenemos prisas por disfrutar en esta vida y huimos del sacrificio y de las contrariedades. Grave error: «el que pierda su vida por amor  a mí, la encontrará; y el que guarde su vida para sí, la perderá». (Lc. 17, 33)

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         En la sociedad hedonista –lo importante en ella es pasarlo bien y huir de lo que conlleve sacrificio–, eso "de perder la vida" no puede entenderse. Si el sacrificio se hace por el bienestar del propio cuerpo o por la vanidad de sentirse admirados, se acepta lo que haga falta: planes de comidas, ejercicios extenuantes, operaciones... Pero si los mejores esfuerzos hay que dedicarlos a los demás, las pegas surgen inmediatamente: justificaciones muy "racionales", opiniones muy "objetivas"... El caso es escurrir el bulto.
         Hay veces que ese egoísmo o falta de espíritu de sacrificio se da en el ámbito familiar, y entonces nos encontramos, y es solo un ejemplo, con las lamentables situaciones de unos padres desatendidos por sus propios hijos.

         Una persona que desatiende sus obligaciones familiares y sociales por una desordenada búsqueda de la su felicidad, no podrá ser feliz nunca. Le ocurrirá lo que al estudiante –y todos hemos tenido experiencia– que desatiende la preparación de un examen por estar en la calle con sus amigos y, sin embargo, no es capaz de disfrutar porque su conciencia le recuerda continuamente que tiene que preparar el examen del día siguiente.

         Qué alegría y qué satisfacción, por el contrario, irse a la tumba con la certeza de haber sido útil a los demás; y qué buen ejemplo para nuestros hijos y para los que nos rodean.


         El papa Benedicto XVI, en su encíclica Dios es Amor, n. 6, nos recuerda la urgente necesidad que tiene nuestra sociedad del verdadero amor:

En oposición al amor indeterminado y aún en búsqueda, este vocablo expresa la experiencia del amor que ahora ha llegado a ser verdaderamente descubrimiento del otro, superando el carácter egoísta que predominaba claramente en la fase anterior. Ahora el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca... El amor –caritas– siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive «solo de pan», una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más específicamente humano.