Cuando uno sea capaz de corregir sin sentir la ofensa como algo personal sino como una ocasión para que la persona amada sea mejor, estaremos en el camino de la perfección. De nada sirve corregir solo porque nos hemos sentido ofendidos.
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Diariamente observamos actuaciones en el ámbito familiar, social o profesional que son mejorables. A veces tenemos la obligación moral de corregir, bien por cercanía familiar, bien por necesidades de nuestro cargo, o sencillamente por amor a la persona que hace algo mal. En todas estas situaciones hay que actuar con auténtico amor. Y con prudencia, pues siempre hay que analizar las circunstancias que han podido dar lugar a esa actuación e intentar corregir el hecho en sí mismo, sin juzgar nunca las intenciones.
Un problema puede estar provocado por muchas circunstancias, pero si lo convertimos en algo personal dificultamos su solución, pues solo veríamos mala intención, no el error o la ignorancia; y acabamos aborreciendo a la persona. Entonces, nos molestará todo lo que ella haga o diga, lo pondremos en duda y habrá problemas personales. Hay que tener la valentía de poner los medios para que se resuelva lo antes posible.
Y un consejo: tenemos que aprovechar los errores de nuestros semejantes para educar –así sembramos paz– y no para fastidiar –así sembramos discordia–.
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