Hay personas muy elocuentes en el hablar y muy decepcionantes en el hacer. Con sus actuaciones tiran por tierra toda su elocuencia.
Decía Esopo: «Las palabras que no van seguidas de hechos, no valen nada».
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La condición humana trata de justificar con palabras lo que falta a nuestros hechos. El saber popular lo define con precisión: –Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Todos tenemos tendencia a quedar bien, y cuando la lengua se dispara, nuestros palabras van más de prisa que nuestros actos. Es como coser sin hilo: damos muchas puntadas... y no hemos logrado unir nuestros dichos con nuestros hechos. O como dice también el refranero popular: «Muchas personas son como algunos relojes: indican una hora y tocan otra».
Se dice que una persona es coherente cuando hay una relación o unión de lo que dice con lo que hace. La incoherencia queda muy gráficamente descrita en la siguiente aseveración: El que no actúa como piensa, acaba pensando como actúa. En el fondo es una falta de sinceridad que es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento.
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