miércoles, 29 de abril de 2015

HAY QUIEN CORRE PARA LLEGAR PRIMERO






Hay quien corre para llegar el primero, y hay quien corre para llegar antes. los dos corren, pero por distintos motivos: ¿cuál es el tuyo?

Si no hubiera meta, nadie terminaría la carrera.

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         Como he dicho en la introducción, conocerse es de vital importancia, es fundamental conocer la naturaleza del hombre.

         Estas palabras de Julián Marías vienen muy bien para reflexionar sobre esta cuestión:

El cuerpo me dice qué soy, pero no quién soy. El quién es propio del alma. El cuerpo me dice que estoy hecho de carbono, oxígeno, nitrógeno, calcio, hierro, etc. Pero la personalidad, la simpatía, la cordialidad, la amabilidad, la sinceridad, el orgullo, la soberbia, la mentira, el odio, la venganza, son defectos y virtudes espirituales. Un chequeo médico descubre mi cuerpo enfermo: que soy diabético, que tengo colesterol, o que soy miope; pero al mismo tiempo mi espíritu, mi ánimo, mi alegría, mi optimismo pueden ser muy saludables. Aunque haya cierto influjo entre el cuerpo y el alma, evidentemente el hombre no se reduce a lo que es su cuerpo, sino que es más importante quién es su persona: esto es algo que trasciende la materia.

         Y Juan Pablo II escribió en su encíclica Fe y razón, n. 1:

Vivimos ajetreados. Queremos hacer muchas cosas y no tenemos tiempo para nada. Giramos en círculo y no avanzamos. Y es que no hay horizonte. Muchos ignoran el sentido de la vida. Ignoran el porqué y para qué de la vida. Sin embargo todo ser racional debería preguntarse; ¿Qué hago en la vida? ¿A dónde voy? ¿Qué hay después de esta vida?

Si me conozco y conozco la condición humana, nada me ha de quitar la paz: ni mis miserias ni las de mis semejantes. Solo tendré que preguntarme cuál es la motivación de mis actos y poner los medios para que esa carrera que es la vida tenga una orientación y una meta.

     Por lo tanto, lo importante no es ser ni alto, ni bajo, ni listo, ni torpe, ni simpático, ni antipático..., sino saberlo y aceptarlo.




domingo, 26 de abril de 2015

FUERA PREJUICIOS Y RESPETOS HUMANOS




Fuera prejuicios y respetos humanos

         Estas dos formas de comportarse impiden nuestro crecimiento como persona.

         La primera –los prejuicios– son como unas orejeras que nos impiden ver lo que no entra en nuestro campo visual. Todos tenemos la experiencia de habernos formado un juicio equivocado de alguna persona o institución –que no nos caen bien–, apoyándonos en  detalles o comentarios sin ningún fundamento. Un prejuicio es una opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. Como decía Albert Einstein, «es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».

         Y los respetos humanos son como un freno que nos impide actuar con naturalidad. Someten a la persona al qué dirán, al qué pensarán, al miedo al ridículo, a la incapacidad de dar a conocer sus sentimientos y sus puntos de vista. Los respetos humanos paralizan a la persona. Si conseguimos vencerlos, seremos más libres, sencillos y naturales; de lo contrario, iremos por la vida como el labriego que volvía del campo con su hijo en el cuento del conde Lucanor:

Iba orondo sobre su asno, satisfecho de la vida, cuando se topó con un vecino, que le afeó su conducta:
–¿Qué, contento? ¡Y al hijo que lo parta un rayo!
Se apeó el viejo y montó el hijo en el asno. Poco más adelante se encaró una mujer con ellos:
–¡Cómo! –exclamó indignada. ¿A pie el padre? ¡Vergüenza le debía dar al mozo!
–Bajó éste del burro, y tras él caminaban padre e hijo cuando alguien les lanzó una indirecta:
–¡Cuidado, que se cansa el asno!
No sabiendo qué hacer, montaron ambos. Andaba cansino el burro el último trecho del camino cuando alguien les voceó de nuevo: ¡Se necesita ser bestias! ¿No veis que el pobre animal no puede con su alma? 


miércoles, 22 de abril de 2015

LA VERDAD NO SE DISCUTE: LA VERDAD SE BUSCA



La verdad no se discute:
la verdad se busca

Comienzo con una canción de Antonio Machado:

¿Tu verdad? No, la Verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

         He tratado de profundizar en el concepto de verdad y he desistido, pues hay infinidad de teo­rías filosóficas que hacen difícil encontrar una definición que aclare esta palabra tan manoseada. Pero me quedo no con una definición, sino con unas palabras que han ayudado a millones de mujeres y hombres a que su vida haya estado enfocada a la búsqueda de la Verdad (con mayúsculas): «Yo soy el camino la verdad y la vida»[1].

         No cabe duda que buscar la verdad tiene un riesgo, pues si uno llega a ella ya no se puede dejarla escapar, hay que tener la valentía de deshacerse de todos los sucedáneos que la condición humana busca para justificar sus caprichos y torpezas.

         Estar en la ignorancia de las cosas conlleva un riesgo que a veces desemboca en tragedias. El ignorante es fácilmente manipulable, inseguro en el decir y en el obrar. Además, si no se conoce la realidad de las cosas no se les puede sacar el máximo provecho.

         La ignorancia es en ocasiones invencible, no se puede evitar. Pero la mayor parte de las veces procede de la falta de vencimiento personal. Porque la verdad hay que buscarla, con esfuerzos y sacrificios, sin subterfugios. Ya lo afirmó Pascal: «Muchos están siempre dispuestos a negar todo aquello que no comprenden». Machado también lo expresó a su manera: «Desprecian cuanto ignoran».


[1] Juan 14.6 


EL HOMBRE NO HA CAMBIADO: SOLO CAMBIAN LAS CIRCUNSTANCIAS


















El hombre no ha cambiado:
solo cambian las circunstancias

         Es muy divertido y entrañable repasar los álbumes de fotos que todos conservamos en nuestro hogar. Uno advierte los cambios que se han producido en el aspecto físico y en la indumentaria; todo nos parece tan lejano en el tiempo y a la vez tan cercano en los sentimientos…

         ¿Qué observamos en esas fotos? Imágenes por las que ha pasado el tiempo, pero que representan a la persona que soy. Es verdad que uno es la misma persona, pero a la vez distinta en vivencias y en circunstancias. Ciertamente han variado las circunstancias externas, pero ¿y la condición humana?

         El hombre siempre se ha sentido mal ante un suceso triste o doloroso; alegre ante una buena noticia; lleno de envidia ante los éxitos de su semejante; rencoroso ante una jugada que le han hecho o extasiado ante la belleza de un paisaje.

         La naturaleza del hombre no cambia. La condición humana de todos los tiempos hace que todos experimentemos la avaricia, la generosidad, la vanidad, el odio, la venganza, la ambición, la entrega, la bondad, la ale­gría...

La juventud de hoy está corrompida hasta el corazón. Es mala, atea y perezosa. Jamás será lo que la juventud ha de ser, ni será capaz de preservar nuestra cultura.

         Esta afirmación, que se podría escuchar en nuestros días, corresponde a... una inscrip­ción grabada en una tablilla babilónica del siglo XI a. de C.

         Y si queréis una de sexo, sugiero la lectura de la historia de Susana que se cuenta en el libro del profeta Daniel[1]





[1] Daniel 13, 1-64.